
Lo más valioso es lo que es gratuito. En términos absolutos. Paradójico ¿verdad? Sí, lo más preciado es lo que no cuesta dinero, lo que no se puede comprar. Por ejemplo, salir a caminar, donde sea y como sea. Una conversación amistosa. Detenerse pacíficamente, deleitarse, prestar atención a los detalles que alcanzan la vista, fluir en esa reflexión interna que me viene, dejarse embelesar por ese paisaje, oler la magnanimidad de lo pequeño, sentirse uno mismo con ese todo que observo, palpar la energía de esas vistas, apreciar el lenguaje del suelo, escuchar el vocabulario de mi cuerpo y sus expresiones. Embriagarse del buen olor del jazmín. Todo ello mientras camino. Todo es provechoso y regalado. Gratuito y libre. Ese es un valor intrínseco. No puede canjearse por ningún tipo de moneda. Sin economías. Y así con todo.
Buscar el espacio y el lugar donde practicar y disfrutar de lo gratuito. Los dones de la vida, los regalos del universo. Ahí están, siempre. Para anexionarse temporalmente a mi presencia, para fusionarse con el observador que eres y está dentro, en tu interior. A solas o en compañía. De día o de noche. En cualquier lugar y tiempo. Somos seres sin edad. Y en este transitar mundano podemos dejarnos llevar para disfrutar de la inmensa riqueza que está al alcance de un darse cuenta, para poder abrir las gigantescas puertas de tu esencia y participar de la creación en unicidad con el todo. Absolutamente fantástico. Atreverse a experimentar. Concederse los visados de la vida. Darte el sobresaliente en el autodescubrimiento. Entregarte el pasaporte al deleite. Aceptarte mediante lo sublime.
¿Te das permiso para sentir placeres en la particularidad de los elementos?
Gracias por leerme, porque me das la vida, y ese reconocimiento lo transfiero a través del proyecto despierta.
Gracias por estar y ser tú, aquí y ahora.
