
Uno de los deportes que más nos gusta a los humanos es quejarnos. Nos encanta ir de víctimas. En casi todos los casos es por negarnos a aceptar lo que sencillamente es. Hay una rebeldía implícita por naturaleza. Luego, si procede, ya pensaré el asunto. Pero de momento te quejas. Se nos da muy bien esto de protestar por todo. Yo tuve una compañera laboral medalla de oro olímpica, se quejaba cada tres minutos y con mala sombra. Sufrí cuatro años de auténtica pesadilla.
Cuando hay queja subyace el tema clave de fondo, y es que está fuertemente estructurada en la persona la resistencia. Por norma general está en los sustratos más profundos instalada esa intransigencia u obstinación a resistirse a lo que es. Por supuesto que esa resistencia está dirigida por nuestro falso yo, ese personaje que sacamos a pasear desde que nos levantamos y con el que vamos actuando por la vida, dirigido por el maestro ego. Lo malo de esto es que implica un sufrimiento innecesario al que nos aferramos por multitud de razones que nos entrega el ego para seguir sucumbiendo a su tiranía. En realidad, es locura sin más trasfondo. Observa el mundo.
Fíjate en que cuando nos tomamos algo como personal, hay lucha, resistencia, perseverancia, con lo que el pasaporte lo tenemos directo para sufrir. Lo mejor de esto es que es desde nuestro inconsciente. Una vez se toma conciencia de ese estado esclavo, se da la liberación absoluta. Solo hay que querer y vendrán las luces. Mientras tanto a vivir en la oscuridad del sufrimiento. Porque es lo que conocemos y nos negamos a salir de esa zona llamada de confort. Yo lo llamo cobardía porque nadie nace sabiendo, así que cualquier trabajo para salir de lo que conozco lo rehúyo con destreza. Hasta que tomo conciencia de que no hay nada que perder y sí todo por ganar. Que estamos de paso y la vida pasa muy rápido. Que nos preocupamos por casi todo y es innecesario.
Ese sufrir colectivo se ve, por ejemplo, en cómo tratamos a nuestro planeta, como si hubiera una docena más donde elegir ir, como si hubiera otros domicilios planetarios donde poder instalarse, como si hubiera infinitos océanos donde seguir arrojando basuras tóxicas que al final vuelven a nosotros multiplicadas. Ese es nuestro egoísmo. El estado en el que está el planeta es dado por la inconsciencia colectiva. Es negarse a aceptar lo que es. Cuando lo único que hay que hacer para dejar de sufrir es aceptar. En ti está lo que fuera estás buscando. Libertad y luz.
Y tú, ¿Sientes tu libertad o todavía no?
Un enorme y gran abrazo.
